sábado, 23 de junio de 2007

de c e r o.


Hace un tiempo, el viento me trajo una flor. Y fui feliz con mi regalo. No es que me conforme con poco, no. Es que en cierto modo esa alegría era superior a cualquier otra, incluso a aquella que tú alguna vez puedas llegar a sentir, pues supe en aquel mismo espacio y tiempo malditamente frugal que mi diminuta planta era REAL, especialmente real y que me pertenecía. Debía aprovecharla. Entonces me propuse admirar y me esmeré en observar su precioso crecimiento. Sentí algo que nunca sentí y vi colores que jamás vi. Obvio. Aterrizaje. Nada es perfecto, por supuesto... ERROR. Qué pasó? Me perdí en mi estúpida concentración; observé, pero no cuidé. Ahora sólo pago aquel descuido. Y qué tonta, pero qué tonta fui! No diré que mi flor era perfecta, porque estaría mintiendo. Es más, afirmo plagada de orgullo que estaba llena de imperfecciones... muchas, tantas, demasiadas que en conjunto constituían el mayor grado de perfección que ante mi se paseó alguna vez. Siempre me ha molestado la imbecilidad y obsesión de aquellos seres que viven en el pasado y sufren por lo que pudo o no pudo ser. También esos otros que planifican el futuro como si la vida fuera una endemoniada concepción matemática donde el infinito y la circunferencia quedan fuera de lugar y sólo nos encontramos cuatro paredes y un rectángulo perfecto. No, no soy de esos. Prefiero disfrutar el cielo diez minutos antes de llover o quizás comer chocolate. Llámame viciosa, no tengo problema. Tampoco viene al caso. Lo que me pregunto ahora es exactamente aquello que tú preguntaste ayer: Tenemos un ahora? Dónde está nuestro presente?